Celebrando un cumpleaños sueco: una experiencia única
Recuerdo la noche en que, vestido con mi esmoquin y tomando un trago de aguardiente sueco, le pregunté a la chica que tenía al lado:
“¿Por qué hay tantas discursos?”
Ella me explicó que, en las celebraciones de cumpleaños en Suecia, es habitual que las personas se levanten y digan palabras bonitas. Hizo una pausa, observando cómo el orador nos contaba historias sobre el homenajeado, y luego se acercó a mi oído para decirme: “Es tan común que, cuando mis padres organizaron una fiesta por su 65º cumpleaños, dijeron específicamente ‘sin discursos’ porque estaban cansados de escuchar lo mismo y solo querían beber”.
Annika, con rasgos típicos suecos — cabello rubio, ojos azules y cejas que harían envidiar a cualquier modelo — me estaba dando una introducción a las celebraciones de cumpleaños en Suecia. Justo cuando parecía que los discursos estaban por terminar, otra persona se levantó para hablar sobre Erik, mi amigo que celebraba su cumpleaños.
Al igual que yo, Erik adora cualquier excusa para organizar una fiesta elegante, y, como en su familia los 30 años son un gran acontecimiento, decidió hacer una celebración con traje formal. Aunque su cumpleaños es en enero, planeó la fiesta para julio, porque, como él mismo dijo, “¿quién quiere estar afuera en Suecia en enero?”
El evento tuvo lugar en Djurgården, en Estocolmo. Djurgården es una de las islas más grandes de la ciudad, famosa por su parque de diversiones, el Museo Vasa, el Museo de ABBA y Skansen, un museo al aire libre que muestra la vida sueca preindustrial.
Pero más allá de sus museos, esta isla es conocida por sus senderos para correr y sus jardines.
Siguiendo un pequeño sendero de piedra al final de la isla, llegué a Rosendals Trädgård, un restaurante con invernadero donde se realizó la cena. La ciudad parecía muy lejos en este entorno campestre, con construcciones rústicas y un huerto. Caminando por otro sendero, entré en el huerto, donde vi a docenas de personas en esmoquin, vestidos de gala y trajes elegantes. Parecía más una boda que una fiesta de cumpleaños.
Allí, con el sol brillante en el cielo y el viento llevando el aroma de las flores, bebimos, nos presentamos y compartimos historias sobre Erik.
Siguiendo la tradición sueca de sentar a invitados solteros junto a miembros del sexo opuesto, me emparejaron con Annika, mi enlace cultural sueco esa noche.
En Estados Unidos, las fiestas de cumpleaños no suelen tener tantos discursos. Se brinda y quizás alguien dice algo bonito, pero una serie de discursos suele reservarse para eventos más grandes como bodas, jubilaciones, compromisos o aniversarios.
Un cumpleaños de 30 años generalmente no entra en la categoría de discursos interminables.
A medida que avanzaba la noche, cantamos canciones de bebida, brindamos, bebimos vino, nos dieron consejos en sueco y bailamos. El aguardiente horrible se volvió más fácil de beber con cada brindis, y la comida, hecha con ingredientes locales, se convirtió en un desfile de platos diseñados para mantenernos algo sobrios.
Durante el verano en Suecia, cuando el sol apenas se pone a medianoche, la luz constante nos invitaba a quedarnos más tiempo. Así que, cuando empezó a salir de nuevo a las 2 de la madrugada y el personal nos pidió que nos fuéramos, trasladamos la fiesta a la casa de un amigo antes de llegar a nuestras casas alrededor de las 6 de la mañana.
Se suele pensar que los suecos son personas frías, y hay algo de verdad en eso. Con una cultura exteriormente estoica, los suecos a menudo bromean diciendo que evitan hablar con sus vecinos y que iniciar conversaciones con desconocidos les parece extraño.
Pero, debajo de esa fachada dura, hay un pueblo profundamente leal y afectuoso con sus amigos y familiares.
Asistir a la fiesta de Erik me recordó cómo una simple celebración de cumpleaños puede ser una ventana a otra cultura. Cuando ves cómo las personas se reúnen para celebrar, puedes entender cuánto valoran las relaciones en esa sociedad.
Por ejemplo, hace años, asistí a una fiesta de cumpleaños en Camboya. Era un evento muy centrado en la comida y en compartir la comida, lo que me hizo valorar aún más cómo la comida es fundamental en esa cultura y cómo las comidas sirven para fortalecer los lazos entre las personas.
Pero esa noche, mientras escuchaba a su hermano recitar un poema y a sus amigos cantar sus canciones favoritas de bebida, descubrí el lado más abierto de los suecos. Aquí, todos hablaban de lo maravilloso que era mi amigo — no para engrandecer su ego, sino para mostrar su amor y aprecio por él y por tenerlo en sus vidas.
Y, al ver la sonrisa en los rostros de todos y la alegría en los ojos de Erik, pensé que tal vez esta tradición de celebrar cumpleaños vale la pena compartirla en todo el mundo.
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