El Principito: Un Viaje Dentro de Nosotros
En tiempos en los que viajar se ha convertido en un lujo, libros como El Principito nos ofrecen un gran viaje, uno muy especial que pocos nos atrevemos a realizar: viajar dentro de nosotros mismos.
Este artículo tiene como objetivo explorar las mejores frases del libro para que, juntos, nos permitamos adentrarnos en su mundo y viajar de la mano de ese pequeño ser que, con cada sonido y gesto, nos lleva a lugares que, con o sin cuarentena, un avión jamás podría alcanzarnos.
Esta historia se hizo popular entre los niños aunque esa no fue la intención inicial del autor… De hecho, me gusta pensar que, de alguna manera, él lo vio venir. Supo que quizás los adultos verían su libro como un simple sombrero, cuando en realidad era mucho más… Para Antoine de Saint-Exupéry, era una boa alimentándose de un elefante.
Si tienes el libro en casa, este es el momento perfecto para buscarlo y usar este artículo como un mapa. Viajemos juntos desde casa, con seguridad y responsabilidad: con un libro en la mano.
¿Listos para despegar?
El Principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros para su evasión
Comencemos por el principio, especialmente cuando el autor describe esa mañana tan organizada y decidida en que el principito partió, que luego se convirtió en un dulce y triste adiós en el capítulo IV.
Cuando nuestro pequeño amigo decide abandonar su planeta, lo hace con la ayuda de una bandada de pájaros. Siempre necesitamos un primer empujón, una ayuda, una motivación, algo que refuerce esa voz interior que nos dice que es la decisión correcta.
A veces, cuando elegimos el camino que más queremos, aunque sea el más difícil, una palabra de aliento o una confirmación del entorno son necesarias para encontrar ese valor inicial.
Al comenzar una nueva aventura —que para cada uno será siempre algo distinto— nos enfrentamos a una pequeña lucha interna porque, como hemos mencionado, tomar decisiones puede ser difícil y generar miedos. Incluso puede provocarnos una ansiedad en el estómago.
Y tiene mucho sentido. Nos encontramos en una posición vulnerable, con mucho más poder sobre lo que está por suceder que antes.
Es en esta parte del libro donde debemos aprender del principito. A veces, en la vida, antes de una aventura, basta con cerrar los ojos y saltar hacia esa bandada de pájaros para sentirnos seguros, con la certeza de que todo saldrá bien. Necesitábamos esa migración en ese preciso momento, y allí estaba para nosotros. No es casualidad, ni suerte; es simplemente lo que pedimos y lo que recibimos.
La bandada de pájaros sobrevoló nuestro pequeño planeta para ayudarnos a despegar, para que dejemos atrás cualquier inseguridad que pudiéramos tener.
Todos los adultos fueron niños primero (pero pocos lo recuerdan)
Cuando digo que El Principito es una obra de arte, es porque cada página y cada detalle contienen una enseñanza. Cada vez que siento la inspiración de volver a leer el libro, siempre encuentro una frase que me cautiva, que me roba la atención por un instante —o incluso por días— y que no puedo sacar de mi cabeza, como si hubiera aparecido por arte de magia para transmitirme lo que necesitaba sentir en ese momento.
Frases como la que estamos por desempolvar ahora, me recuerdan la importancia y el poder de los pequeños detalles. Reconozco que no soy un lector apasionado y además, soy una persona ansiosa.
Por eso, cuando se trata de leer, a veces paso por alto cosas como la dedicatoria del autor al inicio del libro. Pero un día, mi ansiedad me llevó no solo a esa página, sino a leer cada mínimo detalle, desde la editorial hasta el nombre del traductor, hasta que llegué a la dedicatoria.
El autor dedica el libro a un amigo muy especial, pero lo más curioso es que, en realidad, se lo estaba dedicando al niño que alguna vez fue ese adulto. Y en ese momento, nos deleita con un detalle muy dulce y sincero: «Todos los adultos fueron niños primero (pero pocos lo recuerdan)».
Personalmente, me gusta interpretar esta frase como un susurro a mis miedos. Es decir, que esa inocencia que todos tuvimos y que nos hacía ver el mundo menos gris, más divertido, emocionante y lleno de amor, aún vive dentro de nosotros.
No se pierde, solo duerme. Y si trabajamos en despertar a ese niño, ese pequeño principito que alguna vez fuimos, lleno de preguntas, curiosidad, amor, sencillez e inocencia, lograremos mucho más en la vida. Principalmente, nos ayudará a ser personas más felices simplemente por el hecho de existir.
Sabemos que es natural sentir miedo para reconocer qué es seguro y qué presenta más riesgo, desde una perspectiva primitiva. Cuando comencé mi primer viaje en solitario por Europa, el miedo que llevaba era mayor del que necesitaba para mantenerme seguro.
Al liberarme de ese miedo excesivo, despertando a mi niño interior, pude aprender a identificar cuándo algo es seguro y cuándo no. Personalmente, desarrollar esta habilidad me hizo ver el mundo con más colores. Siempre hay algo que destacar, ya sea para bien o para mal; solo que un niño inocente primero se fija en aquello que le llama la atención, en lo que le gusta, le divierte, le hace sentir feliz. Porque, si no, ¿para qué le prestaríamos tanta atención?
Lo que intento decir es que esa inocencia nos ayuda a alejarnos de lo que no es seguro y a confiar más en nuestra intuición. Al adoptar esta perspectiva, me volví más abierto. Comencé a llamar «amigo» a personas que apenas conocía, sin necesidad de haber compartido años con ellas, como lo haría un niño.
Me gusta pensar que, desde que ese niño despertó en mí, él empezó a ver el mundo con mis ojos y que, gracias a eso, el mundo ahora brilla un poco más. No fueron los demás los que cambiaron, ni mi entorno; fue mi mirada la que recordó que lo mejor es enfocarse en lo que nos hace felices.
Solo con el corazón se ve bien. Lo esencial es invisible a los ojos.
Sin duda, el pasaje más hermoso del libro es el capítulo XXI.
El hogar del personaje que le sacó una sonrisa húmeda a muchos: el zorro. En apenas cuatro páginas, podemos imaginar un extenso y tranquilo parque verde, con hierba que invita a tumbarse o a sentarse junto a un manzano, desde donde observar el viento bailar entre el campo dorado de trigo, mientras un pequeño y sabio animal nos deja la lección más importante: «lo esencial es invisible a los ojos«.
Este capítulo nos invita a explorar nuestro interior para recordar lo que, en realidad, hemos olvidado: la importancia de los rituales, de crear lazos y de saber escuchar. Son temas que se abordan en este hermoso diálogo.
Cada vez que llego al capítulo XXI, siento como si estuviera allí, como si hubiera llegado a otro lugar sin necesidad de controles. Y me recuerda que, para mí, viajar es mucho más que visitar lugares turísticos.
Cuando viajo, lo hago para ver con el corazón, rodearme de lo que realmente importa y dejarme llevar por el destino. Viajar es una sensación que nunca doy por sentada y siempre agradezco cuando la vivo. Y así, el zorro describe su sentimiento justo antes de que llegue el principito, y yo experimento esa misma sensación cuando planifico un viaje. Cuanto más se acercan los días, más feliz me siento. De alguna forma, preparo mi corazón para esa aventura que está por comenzar.
Dependiendo del día, de tu personalidad y de las circunstancias, tu interpretación en ese momento del capítulo XXI puede variar. Pero, siguiendo las sabias palabras del zorro, estoy seguro de que te llevarás un aprendizaje muy valioso y comenzarás a ver las cosas desde otra perspectiva. Por eso, este libro me motiva tanto.
Es como una meditación guiada por uno mismo a través de la lectura, en la que visitamos planetas y personajes que nos dejan mensajes escondidos. Son pequeños susurros que nos decimos a nosotros mismos.
Un día, vi el sol ponerse cuarenta y tres veces. Sabes… cuando uno está muy triste, las puestas de sol son hermosas.
¿Notaron algo especial? Algo que solo los ojos atentos pueden captar. El capítulo VI, aunque pequeño, lleva un mensaje oculto a la vista de todos.
Allí, se relata una conversación que termina en un recuerdo profundo. El principito, con nostalgia, dice (sin querer decirlo) que en un día vio el sol ponerse 43 veces y luego suelta: «Sabes… cuando uno está muy triste, las puestas de sol son hermosas». Cuando le preguntan por qué, decide no responder y el capítulo termina como si nada hubiera quedado pendiente.
La magia de este breve diálogo nos deja otra enseñanza: los atardeceres pueden ser un ritual de cierre de ciclo, porque, en esencia, así son. Un final.
El atardecer, tan hermoso con sus colores y notas, es solo la representación física del cierre de un día. A veces, por más que queramos expresar lo que sentimos, no encontramos las palabras. Quizás porque las palabras no bastan para entendernos, especialmente si compartimos nuestras preocupaciones con alguien que tiene su niño interior dormido. Pero no importa, porque el principito no dice que tenemos que contarle al sol y su magia, sino que podemos dejar que esos colores cálidos se lleven nuestros problemas y nos dejen una postal de tonos suaves.
Al primer atardecer, quizás todavía nos sintamos igual, porque llevamos una carga pesada. Pero es mejor dividir esa carga con el sol, sin agobiarlo. Podemos sentarnos frente a él y contarle una preocupación a la vez. Quizás, el número mágico sea 43. Tranquilo, habrá muchos atardeceres para liberarnos.
Y cuando encuentres consuelo (que siempre llega), estarás agradecido de haberme conocido
Reflexionar sobre los últimos capítulos, donde el principito, entre melancolía y risas, decide regresar a su pequeño planeta, es un desafío. Como alguien que ha tenido este libro como guía y amigo durante años, me cuesta soltar esas ideas de despedida.
Pero, entendiendo que las despedidas son solo creencias que llevamos en nuestro interior, comprendo que no son más que un ciclo natural. Muchas despedidas en nuestra historia personal no siempre se enfocan en lo positivo, en todo lo que estas aventuras nos dejaron y que ahora llega a su fin.
Por eso, te invito a hacer una profunda reflexión sobre qué significan las despedidas para ti y a escuchar a ese pequeño sabio que nos ayuda a entender mejor la felicidad.
Cuando algo termina, enfoca tu atención en las risas y en la belleza de lo que quedó. La música, los momentos, las experiencias. Al final, somos nuestras experiencias, y agradezco cada una de ellas, cada destino y cada personaje que la vida me regaló, porque gracias a El Principito, ahora puedo decir que los he conocido y valorado.
Una vez más, el autor nos deja una enseñanza oculta en sus palabras finales: no importa a dónde vayamos, siempre podemos abrir una ventana y decir: «¡Las estrellas siempre me hacen reír!». Y, aunque parezca una locura, estamos reviviendo aquello que terminó, pero que vivirá eternamente en cada destello de luz en el vasto universo.