Transcripción
Bien, para empezar, quiero haceros una pregunta rápida: si hoy tuvierais un gasto imprevisto de 500 euros o dólares, ¿podríais afrontar ese gasto sin endeudaros y sin comprometer vuestra calidad de vida durante ese mes?
Bueno, pues el 62% de las personas en nuestro país, de los países hispanohablantes, carecen de 500 euros o dólares ahorrados para afrontar un gasto imprevisto como este. Y aunque este dato pueda parecer absolutamente increíble, si habéis estado recientemente paseando por ciudades icónicas como, por ejemplo, Madrid o Ciudad de México, no es tan difícil de creer. Seguramente habréis visto a cientos o miles de personas viviendo en las calles, atrapadas en un círculo de pobreza y adicciones absolutamente increíble.
Bien, nuestro país, que alguna vez fue un ejemplo de prosperidad y estabilidad para la clase media, comprar cosas básicas como una casa o tener hijos se ha convertido en un verdadero privilegio exclusivo ya de las clases más altas. Durante la década de los 50, una casa promedio costaba alrededor de 7,354 euros o dólares, mientras que el salario medio en esa época, anual, era de 3,300. Esto significaba que una familia podía adquirir una vivienda con tan solo 2.2 años de ingreso.
Este nivel de accesibilidad, junto con el auge económico después de la Segunda Guerra Mundial, marcó definitivamente el apogeo del sueño americano que todos conocemos. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como la potencia más poderosa del mundo. El crecimiento económico era absolutamente imparable; los salarios permitían comprar de todo: casas, uno o dos coches, e incluso pagar la universidad con solo unos pocos años de trabajo. Fue un periodo de optimismo y oportunidades, donde el sueño americano era alcanzable para la mayoría.
Sin embargo, para la década de los 70, la situación empezó a cambiar drásticamente. El precio promedio de una vivienda ya había subido a 23,900 euros o dólares, mientras que el salario medio anual era de 9,870, requiriendo ahora 2.4 años de salario para adquirir una casa. Este incremento ya mostraba signos de una tendencia preocupante que hoy, en 2026, está sufriendo más del 60% de la población.
Actualmente, el precio promedio de una vivienda en nuestro país es aproximadamente 500,000 euros o dólares, mientras que el salario medio anual ronda los 83,561. Esto implica que se necesitan 6 años de ingresos para comprar una vivienda. Eso, obviamente, si no hubiera ningún gasto adicional ni tampoco pagar impuestos.
Pero esto no es un problema que únicamente afecte a la clase media. Si nos fijamos en este mapa, que calcula cuántos salarios mensuales se necesitan para comprar una vivienda familiar promedio en cada país, podemos ver que nos encontramos ante un desafío global.
Bien, vamos allá. En Sudáfrica se necesitan 76 salarios mensuales reales, es decir, 6 años de ingresos para comprar una vivienda de 100 m². En Nepal, adquirir una casa similar requeriría 684 salarios, o lo que es igual a 57 años de trabajo.
En países como España, no es que la situación sea mucho mejor: se necesitan 132 salarios reales, equivalentes a 11 años de ingresos, para adquirir una vivienda de tamaño promedio. En México, el panorama es todavía más desafiante, ya que se requieren más de 17 años de salario íntegro para comprar una vivienda.
Pues bien, todo esto no ha sucedido por casualidad, y os voy a explicar cómo hemos llegado hasta aquí para que nadie os engañe.
Comenzando en la década de los 30, los gobiernos y los bancos se dieron cuenta de que incentivar la compra de viviendas no solamente tenía un impacto positivo en la economía, sino que, además, generaba estabilidad social y política. Pero, sobre todo, detrás de esta narrativa se escondía una estrategia que favorecía a las instituciones financieras a través de la expansión de la deuda hipotecaria, algo todavía en pañales en aquella época.
Entre los años 30 y los 40 se introdujo la hipoteca a 30 años, lo que facilitó pagos más accesibles para los compradores. Con la excusa de recuperar la economía y dar estabilidad a las familias, los bancos encontraron un mercado masivo para emitir deuda segura respaldada por bienes inmuebles.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los 50, programas como el G.I. Bill ofrecieron préstamos hipotecarios bastante asequibles a los veteranos que venían de la guerra, contribuyendo de esa manera al auge de los suburbios todavía más. Durante este tiempo, la propiedad de viviendas fue intensamente promovida como un símbolo de éxito personal y familiar.
Pero, obviamente, la intención real es que los bancos aprovecharon para consolidar el sistema de securitización hipotecaria, que les permitía empaquetar hipotecas y venderlas como activos financieros, aumentando de esa manera, aún más si cabe decir, la emisión de deuda.
Después, en los años 80, llega la desregulación de los mercados financieros, y aquí es donde los bancos se ponen las botas. Comienzan a desarrollar productos hipotecarios más arriesgados, o mucho más arriesgados, como por ejemplo las hipotecas de interés variable y las hipotecas subprime, que todos conocemos o por lo menos hemos oído por ahí.
Estos productos permitieron a los bancos emitir todavía más deuda, mientras continuaban vendiendo, obviamente, la narrativa de que comprar una casa era esencial. La narrativa era muy sencilla: alquilar es tirar tu dinero; comprar es invertir en tu futuro.
Sonaba estupendamente desde el punto de vista del marketing, pero la realidad era que lo único que se quería hacer era expandir la emisión de deuda y el endeudamiento personal.
Y, cómo no, llegó la gran crisis del año 2008. Colapso del sistema.
La culminación de esta estrategia llegó con la burbuja inmobiliaria de principios del 2000, cuando los bancos relajaron totalmente los estándares de crédito para emitir más y más hipotecas. Esto generó un exceso de deuda y una subida de precios absolutamente increíble, que provocó el colapso financiero del año 2008, cuando millones de propietarios perdieron sus hogares.
Y yo, personalmente, aquí (mua), me arruiné durante los siguientes 10 años.
La conclusión de esta primera parte es que, desde el principio, los bancos vieron las hipotecas como una herramienta absolutamente increíble y maravillosa para generar deuda de forma masiva. Cada hipoteca representaba no solamente ingresos por intereses —algo totalmente obvio—, sino también la posibilidad de crear y comerciar con productos financieros que estaban derivados de esa hipoteca, de ese producto.
Como, por ejemplo, los seguros de vida, seguros de hogar, de protección de pagos, servicios de refinanciación, etcétera, etcétera. Cositas que, cada vez que vamos al banco, oímos de la persona que está al otro lado de la pecera.
Promover la propiedad de la vivienda como algo cool, algo de gente inteligente y sofisticada, fue una campaña de marketing manipulativa absolutamente brillante, que aseguraba que las personas estuvieran atadas, ancladas a su deuda, reduciendo su movilidad laboral y social y, por supuesto, beneficiando a un sistema basado en el consumo y el endeudamiento continuo.
Eso fue absolutamente brillante, genial.
En resumen, la narrativa del sueño americano ha sido uno de los instrumentos más poderosos para endeudar y esclavizar a la población. Y, por supuesto, pues lo hemos heredado en Europa y lo hemos asimilado como si fuera nuestro.
Y ahora continuamos con otro problema, porque la vivienda no tiene culpa de todo, ¿okay?
Desde 1965, los precios de los bienes básicos han aumentado drásticamente, superando el crecimiento de los salarios promedio por mucho. Si ajustamos los ingresos promedio por hora de hoy a la inflación, son casi iguales a los de 1964. Ojo, en el 64, mientras que los costos de vida han aumentado muchísimo más.
Más de la mitad de las familias en nuestro país no pueden costear un estándar de vida de clase media en el estado más barato del país. No sé cuál será, pero el más barato.
Con este panorama, para muchas parejas, la decisión de tener un hijo se convierte en un desafío monumental, algo prácticamente imposible, porque garantizar su bienestar implica enfrentar una presión financiera absolutamente enorme, herculana.
Bien, hoy en día, criar a un niño hasta los 17 años cuesta alrededor de 312,000 euros o dólares, considerando únicamente los gastos básicos. Y, para quienes hayan tenido un hijo recientemente, todas estas cifras aumentarán, como mínimo, al ritmo de la tasa oficial de inflación, que en estos momentos nos dicen que es del 2% al 3%, y sabemos perfectamente que no es cierto.
Esto significa que, cuando vuestro hijo alcance los 18 años, habréis gastado al menos 469,000 euros o dólares. Pero, no podemos tener en cuenta solamente los gastos básicos cuando hablamos de tener un hijo, obviamente.
En la economía actual, en la que ambos padres tienen la posibilidad de trabajar, o, mejor dicho, están obligados a hacerlo, el cuidado infantil se ha convertido en una de las cargas económicas más pesadas, con costes promedio que oscilan entre 1,000 y 2,000 euros o dólares por mes.
Esto significa que, al año, los padres pueden estar gastando entre 6,000 y 24,000 euros o dólares solo para garantizar que sus hijos tengan un lugar seguro mientras ellos trabajan. Esto es absolutamente de locos.
Y, si finalmente añadimos el coste de una educación universitaria, la situación se vuelve mucho más alarmante, más preocupante.
Vamos con algunos datos.
Estudiar en una universidad pública tiene, en estos momentos, un coste promedio anual en euros o dólares de 23,630 y representa casi el 42% del ingreso promedio anual de una familia media.
En el caso de universidades privadas, este coste asciende a 42,162 euros o dólares por año, equivalente al 76% de un salario medio.
Y, si empezamos a hablar de universidades de prestigio, los costes superan los 80,000 euros o dólares anuales, lo que significa que una familia necesitaría más de un año completo de ingresos para cubrir un solo año académico. Eso, sin gastar un duro.
Estas cifras hacen que la educación universitaria sea prácticamente inaccesible para la mayoría de las familias, que, si quieren que sus hijos estudien, se ven obligadas a endeudarse prácticamente con préstamos bancarios de por vida. Casi, casi de por vida. Esto lo he visto en primera persona en estudiantes en nuestro país que eran colegas míos.
Y os estaréis preguntando: «¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué ha subido tanto todo? ¿Qué ha causado este desastre económico que estamos viviendo hoy en día?»
Bueno, aparte de lo que ya he mencionado sobre los bancos, las hipotecas y, obviamente, las viviendas, para entender la causa de esta subida de precios, hay que remontarse a 1971, cuando el presidente Richard Nixon tomó una de las decisiones clave que cambiaría definitivamente la historia y la economía mundial: la desvinculación del dólar del patrón oro.
A corto plazo, esta decisión permitió al gobierno emitir dinero sin restricciones, de la nada, lo que facilitó financiar conflictos como la guerra de Vietnam y gestionar una economía que empezaba a perder competitividad internacionalmente. Sin embargo, pronto trajo consecuencias muy graves.
En los cinco años siguientes, el precio del oro se triplicó, mientras que el valor del dólar cayó drásticamente, iniciando años de inflación récord, casi, casi sin precedentes.
Durante los años 70, los precios subieron a tasas de doble dígito anualmente, erosionando aún más el poder adquisitivo de las personas.
Para entender mejor la gravedad, hay que saber que la inflación es como una termita, un animalito que se va comiendo tus ahorros poco a poco. Cuanto más dinero se imprime y más dinero entra en el sistema, más suben los precios, y tú no tienes control sobre eso.
Esto quiere decir que tus ahorros cada vez compran menos bienes, cada vez puedes comprar menos, y eres más pobre.
La inflación es un impuesto oculto y, por eso, gusta tanto a los gobiernos, porque prefieren imprimir dinero de la nada, para sus intereses, que subir los impuestos a los ciudadanos.
Porque subir impuestos significa que, bueno, les estás haciendo daño. Es una medida menos popular y, por supuesto, restaría votos. Entonces, cuando parecía que el dólar y el país se iban al garete, los políticos salvaron la moneda en el último minuto cerrando un acuerdo con los países productores de petróleo para que vendieran en dólares solamente.
Esto creó la era del petrodólar y garantizó que, durante muchos